Vino con historia

 El partido prometía. Ambos venían de eliminar a  serios candidatos para ganar la Copa América. Por un lado Paraguay había conseguido un valioso triunfo por la vía de los penales frente a Brasil.  Por el otro, Venezuela la gran sorpresa, escribía una nueva página en su historia venciendo a Chile 2-1 y llegando por primera vez  a semifinales.

La promesa de un partido intenso quedó en la nada, al menos en los 90 minutos. Si bien con el cabezazo del paraguayo Verón a los 7’ daba la sensación que el partido podía estar abierto, lentamente ambos equipos comenzaron a caer en un pozo, estudiándose y arriesgando poco.  El conservadurismo fue tal,  que empezaron a ser más entretenidos los cantos entre hinchadas chilenas y argentinas que las pelotas perdidas por los volantes. Un par de jugadas de riesgo para cada equipo,  unas amarillas; un palo y un gol anulado  para Venezuela inclinaban un poco la balanza para la Vinotinto.

Caería en una simpleza decir lo mismo del tiempo suplementario. Allí se vio una Venezuela con hambre de gloria, decidida a encontrar la victoria, proponiendo juego y replegando a un rival, que en los papeles era más, hacia su propia área. Paraguay se quedó sin ideas, sin piernas, sin pulmones y hasta sin cabeza, bailando al ritmo de Venezuela. Paraguay terminó el partido con 10 y pudo haberlo hecho con 9, lo salvó el ofició y la categoría de sus jugadores que dejaron todo, más allá del cansancio y las imprecisiones.

El partido se decidió por la vía de los penales, y otra vez, a favor de los paraguayos. Sin embargo Venezuela tiene razones suficientes para seguir en esta Copa América con la frente en alto y disputar un histórico tercer puesto contra Perú.  Una atajada de Justo Villar no puede cambiar el juicio hacia una selección que juega como un equipo, que respeta el esquema táctico de su joven técnico César  Farías y que ha levantado a la Vinotinto a lo más alto de su historia.